Han pasado los años
y recuerdo aquellos días
en que siendo niña
esperaba impaciente
a los Reyes Magos de Oriente:
los esperaba
con los zapatos puestos en la ventana,
con la ilusión de la inocencia
mientras avanzaban las horas de la noche.
Soñaba que los veía
montados en sus camellos
con montones de regalos
que aquella noche repartirían.
Hoy sigo creyendo en la magia,
pero los regalos que pido ya no son juguetes
sino dones del destino
que me permitan ser feliz.