Angustias estaba muy cansada: con el paso de los años, se había ido cansando, poco a poco, de aguantar aquellas actitudes hostiles de su marido. Había aguantado tortazos, gritos y humillaciones. Cuando se le pasaban los enfados, siempre había pedido perdón, le había enviado bombones, flores, notas de amor. Sin embargo, había llegado el momento de decir adiós y darle a su vida un nuevo rumbo. La última vez que Carlos había perdido los estribos, había sido la noche anterior a aquel día. Todo había empezado porque Carlos había llegado tarde del trabajo y la cena, estaba fría. Le dijo a Angustias:
—¡La cena está fría, no sirves ni para cocinar!
Ella le respondió:
—¡Ya me tienes harta! ¡Siempre estás enfadándote por tonterías y estoy cansada!
Dijo esto sabiendo que probablemente, iba a ganarse una bofetada, como así fue: Carlos le abofeteó la cara con toda su fuerza y ella cayó al suelo. Después de esto, no hubo más palabras. Carlos se fue a la habitación y echó el cerrojo. Ella tuvo que quedarse a dormir sin ropa de abrigo, sin mantas, sin nada, con lo puesto.
Al día siguiente, decidió que iba a dejar a Carlos. Mientras él estaba trabajando, ella preparó una maleta y la llenó de toda su ropa. Se llevó lo imprescindible y se marchó de aquella casa, dejando detrás un sinfín de tristezas y de dolor. Tenía claro que iba a empezar una nueva vida: algo diferente, un nuevo camino, con el que saldría el sol en su vida. Angustias dio el paso para empezar de nuevo, dejando aquella relación tóxica para siempre.