Caminando a través de la montaña,
bajando las rocas
y las escaleras que iba encontrando,
llegué a un bonito paraje:
a mis pies, un estrecho camino
por el que había que andar despacio,
sin resbalar por la roca
para no caer al vacío.
Mis miedos se acentuaron
en aquel momento
en que miré hacia abajo,
estuve a punto de mirar atrás
y convertirme en una estatua de sal...
pero no lo hice.
Seguí el camino hacia adelante,
hasta llegar al final del sendero.
allí conseguí mi premio:
me di cuenta
de que no solamente había bajado la montaña
sino que también
me había enfrentado a mis miedos.
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